sábado, 12 de noviembre de 2011

El observador de la nada.



Sólo me apetecía sentarme, y escuchar.
El mundo tenía muchas cosas que decirme,
sin decir apenas una palabra.


Era un día de otoño, pero parecía invierno.
El frío ya había llegado.
Los pocos transeúntes de aquella calle me miraban.
Me miraban preguntándose que hacía allí,
en aquel banco, sin hacer nada.


Quizás les parecía un loco.
Quizás no lo entendían.
Quizás sólo pensaban que me gustaba estar allí.
Quizás, intentaban ignorarme, bajo sus abrigos y sus agobiantes bufandas.


Observaba la escena.


A mi alrededor ocurrían miles de acciones.


Una mujer sacaba a pasear a su perro, que no ponía de su parte a causa del tiempo.
Al otro lado de la calle, un hombre de apariencia mayor, intentaba aparcar su coche en un pequeño hueco.
Detrás de mi escuché una conversación de una madre con su hija, que quería comprar un nuevo cd de su cantante favorito.


Quizás carecían de importancia. Pero conformaban una escena, y yo la observaba.


Yo sólo escuchaba. Observaba.
Me dí cuenta de que, las nubes que se agolpaban en el cielo, arremolinadas, obstruyendo los rayos de sol, avecinaban lluvia.


Apenas pasaron dos minutos de aquello, una gélida gota cayó sobre mi nuca, y se dejó resbalar por mi espalda.


Las gotas parecían ansiosas por llegar al suelo, a su incondicional destino, pues el ritmo de su caída se aceleró.
La lluvia se hizo más fuerte.


La gente empezó a correr. Supongo que nadie había previsto tal lluvia.
Las carreteras se llenaron de coches.
Y yo, seguía impasible en aquel banco.


¿Estaría loco?
¿Qué hacía sentado, viendo el tiempo pasar ante mis ojos?


Quizás estaba observando un recuerdo.
Quizás sólo observaba el mundo, para intentar comprenderlo.


O quizás sólo estaba observando un triste relato sin sentido, como estás haciendo tú ahora.


Omar Hamido.
(Autoría de texto y foto, http://thelifeobserver.deviantart.com/#/d471o41)



lunes, 7 de noviembre de 2011

JARDÍN INTERMINABLE.



El Sol ha salido ya,
las nubes se han disipado.

Las flores en el jardín,
ya se han levantado.

Las gotas de rocío,
los rayos de sol,
el flujo del río,
la muerte del frío.

Y nada ni nadie se mueve,
la vida misma se detiene.

No hay nada que hacer.
Afuera,
hastíos campos esperan.
Adentro,
muerte en el aire respiro.

Un gigante se pasea
mostrando su poderío.
Una vida se balancea,
entre lo útil y lo baldío.

Sólo queda una flor,
en este jardín de locura,
pues es la más bella que jamás vi,
en mis años de tortura.

¡Y tenga un testigo fiable,
en esta locura infame,
de que la más bella de las flores,
yo he de llevarme!


Pues si no lo eres tú, no lo es nadie,
porque para mí eres...


Mi historia interminable...



jueves, 3 de noviembre de 2011

Ruido.



Cuando todo sabes, y nada entiendes.
Cuando caminas, y siempre tropiezas.
Cuando hablas, y nada piensas.
Cuando piensas, y nada escuchas.
Cuando escuchas, y todo es ruido.

Entonces, es cuando lo sientes.

Sientes el Ruido.

"Estábamos perdidos.
Nos encontramos.
Estábamos unidos.
Nos separamos."

El ruido nos inunda.
La hipocresía del mundo termina por llegar hasta el más recóndito rincón, donde nos escondemos.
El ruido nos inunda.

Nos alcanza.
Nos contamina.
Nos invade.
Y todo termina.

Y a aquellos que se salvan, se les llama locos, enfermos, o revolucionarios.
La tristeza termina con un funeral.
Un funeral. Una muerte.
Muerte de sentimientos que nunca llegaron a aflorar.

El cielo se parte en miles de trozos,
y deja ver nuestro oscuro final,
mientras una melodía suena.

La melodía del amar,
la melodía del vivir,
la melodía del acabar,
la melodía del morir.

Y cada nota, cada sonido,
es ruido empedernido,
que reza por hallar
un final, un destino...

Sólo nos queda esperar, ya nada vale.
El ruido nos invade.